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miércoles, 10 de junio de 2015

Ciencia y entrenamiento.

A nadie se le escapa que en las últimas décadas ha habido una creciente incidencia en el ámbito del deporte de los profesionales procedentes de ciencia . Antes de analizar esta cuestión, conviene poner de manifiesto que término ciencia  es tanto vago como ambiguo. Ante todo porque solemos clasificar como ciencia tanto la física y la química, como la fisiología y la ingeniería. No obstante, si somos más rigurosos a la hora de delimitar el ámbito de la ciencia, llegaremos a la conclusión de que ciencias son únicamente la matemática, la física y la química. Fisiología e ingenierías (se podría incluir entre éstas la biomecánica) no son ciencias, sino disciplinas con un sustrato científico considerable. Si pensamos en la geología o en la meteorología, no estamos ante ciencias, sino ante disciplinas que hacen un uso considerable del estado de conocimientos de las ciencias mencionadas, especialmente la física.

El prestigio de que goza la labor científica ha dado lugar a que todos los practicantes de una disciplina estén encantados de decir que su disciplina es una ciencia. De esa confusión, a mi juicio hay que huir si no queremos entrar en polémicas estériles.

A partir de la década de 1970 la labor de médicos, fisiólogos e ingenieros en el deporte fue aumentando considerablemente. Transcurridos 40 años, parece razonable valorar cuál es la incidencia de las disciplinas con sólida base científica en el deporte.

Mi conclusión es la siguiente: que la fisiología y la biomecánica han contribuido en escasa medida a hacer evolucionar los sistemas de entrenamiento. El entrenamiento lo han inventado los atletas y entrenadores por ensayo y error. La misión de médicos, fisiólogos, especialistas en mecánica del ejercicio no es revolucionar los métodos de entrenamiento, sino explicar por qué los métodos experimentados hasta el momento funcionan. Al tener la explicación de por qué un entrenamiento funciona, podemos realizarlo con más confianza. Del mismo modo que un matemático trabaja con más confianza aplicando un teorema demostrado rigurosamente, que aplicando una conjetura que sólo intuye que es demostrable, pero que todavía no ha sido demostrada por nadie.

Aun así, se pueden esgrimir algunos argumentos de por qué la ciencia está todavía muy lejos de decirnos qué entrenamiento es provechoso y cuál no lo es. Lo cierto es que los estudios experimentales donde se evalúa la eficacia de un determinado tipo de entrenamiento (p. ejemplo, entrenamiento de fuerza, las cuestas, el entrenamiento en altitud o los intervalos extensivos) lo hacen tratando de aislar ese entrenamiento del resto de los entrenamientos. Para un físico o químico experimental, aislar aquello que se quiere examinar es el único modo de ver qué incidencia tiene.

Ahora bien, en el entrenamiento sabemos que el método experimental tradicional no funciona igual de bien; las tareas en que consisten los entrenamientos son  de diversa índole y que las adaptaciones que producen no son independientes de las tareas realizadas en los días previos y posteriores. Un entrenamiento rara vez produce una misma adaptación realizada de forma aislada o realizada conjuntamente con otros tipos de entrenamiento. Por desgracia, saber cómo las diversas tareas de entrenamiento inciden en el organismo es imposible de determinar con estudios experimentales al uso en que se deben aislar los parámetros analizados.

El único experimento válido cuando se trata de evaluar un conjunto de tareas de entrenamiento, es observar cómo el atleta ejecuta el entrenamiento y ver cómo compite a resultas de esos entrenamientos. Esta evaluación debe ser global, ya que como se ha explicado es imposible hacerlo elemento por elemento. Por tanto, la intuición aquí sustituye al método experimental clásico.

El atletismo no es medicina, no es fisiología, no es biomecánica, sino algo mucho más heterogéneo y que tampoco es la suma de estas disciplinas. Para ser buen entrenador uno ha de tener capacidad de observación, detectar los aspectos relevantes, captar correlaciones de modo intuitivo cuando las variables no se pueden aislar como en los clásicos estudios experimentales. Esto es sólo posible si el entrenador compite o ha competido en la disciplina que entrena. Pero no sólo eso. La responsabilidad de que el entrenamiento conduzca a resultados satisfactorios también depende del sentido común del atleta, de su equilibrio emocional tanto en el entrenamiento como en la competición y de un factor que a la mayoría de los profesionales no les gusta incidir que incide y mucho: la suerte.

El físico experimental es el que diseña de la mejor forma posible los experimentos cuyos resultados refutarían una teoría científica a priori muy improbable a menos que ésta fuera verdadera. El físico teórico expresa teorías que arrojan conclusiones a priori improbables que pueden ser contrastadas mediante experimentos tendentes a refutarlas.

En el ámbito del deporte, los médicos, fisiólogos y especialistas en biomecánica actúan a modo de científicos teóricos, pero el mejor científico experimental aquí es el entrenador. Cada entrenamiento y competición son a la vez un experimento y una labor de entrenamiento. Aquí el experimento incide en los resultados. No podemos saber cómo un atleta va a reaccionar al entrenamiento si no es entrenando. No podemos programar simuladores que hagan esa labor experimental.

Por suerte los científicos se han ido dando cuenta de que ellos no son los mejor cualificados cuando el experimento a evaluar es el entrenamiento. Sólo cuando el experimento se ha de hacer en laboratorio y con parámetros que pueden aislarse, los científicos experimentales son los más aptos. Lo que ocurre es que en el entrenamiento deportivo rara vez es eficaz aislar un parámetro, porque como se ha dicho, todos actúan conjuntamente e inciden mutuamente en tantas direcciones que es imposible que un científico pueda dar cuenta de todo lo que está sucediendo.

El único modo de observar el estado de un atleta es asignarle una tarea de entrenamiento. A su vez, esa tarea incide en las siguientes tareas a realizar y a su vez se ve afectada por las tareas realizadas los días anteriores. Para observar al atleta hay que entrenarlo, pero si lo entrenamos ya no es el mismo atleta que ayer. Es como cuando un entrenador hace un test para decidir ritmos de entrenamiento. Además de que el test nunca es del todo fiable, lo más probable es que cuando el corredor lleve 2 semanas entrenando los resultados de los test queden desfasados, porque el estado de forma ha mejorado. Como se puede ver, entrenar aparentemente es más sencillo, pero tiene muchos más matices que las ciencias. Éstas son a simple vista más complejas, pero trabajan con pocas magnitudes: espacio, tiempo y masa. Las demás magnitudes son combinaciones de estas tres. En el entrenamiento deportivo se tienen en cuenta muchos más parámetros, pero no hay fórmulas para determinar cómo dichos parámetros interactúan.