Si incluso en la salida de una carrera de 100 metros los mejores corredores ejercen y reciben del suelo fuerzas verticales (fuerza normal) de mayor módulo (intensidad) que las horizontales (fuerzas de fricción), imaginemos lo que ocurre en carrera a velocidad constante. Obviamente, la componente mayoritaria de la fuerza de reacción del suelo será vertical y la componente horizontal será mucho menor.
En la carrera a pie las fuerzas horizontales son efectos colaterales, por lo necesario e indeseable de su existencia. No nos interesan, pero son irremediables. Dicho de otro modo: no podemos aplicar fuerzas verticales sin que surjan fuerzas horizontales.
Durante la fase de apoyo la acción muscular proveerá la fuerza necesaria para la propulsión, que consiste en una aceleración que se puede representar de una forma muy aproximada (aunque no exacta si se tienen en cuenta todas las variables en juego) por un vector cuya dirección viene determinada por la línea que une el centro de presiones con el centro de masas.
Dicho de otro modo, que la fuerza de propulsión tenderá a aproximarse a una dirección (respecto al suelo) determinada por la línea recta que une el centro de masas del corredor con el apoyo. Así que dada una determinada posición instantánea del corredor a lo largo del ciclo de carrera, la línea de fuerza propulsiva tenderá a seguir una dirección concreta que en gran medida es inalterable, por más que quiera hacer el corredor por verticalizar u horizontalizar el impulso. Más allá de unos márgenes estrechos, no podemos horizontalizar ni verticalizar la propulsión a voluntad. Así se muestra en la imagen que aparece a continuación, que he extraído de los apuntes que en su día fui elaborando para esclarecer y guardar ideas acerca de la materia tratada.
Fuente: “Athletes in action” de Howard Payne,
editorial Pelham books
*Nota: las flechas las he añadido yo.
La flecha roja representa en los fotogramas el vector al que tiende la fuerza propulsiva. Como se ve, la fuerza de reacción del suelo une el punto de apoyo y el centro de masas. Dada la posición que aparece en cada fotograma, no es posible que la fuerza que el suelo ejerce contra el corredor difiera en exceso de la indicada mediante la flecha roja. Como ya he dicho y a riesgo de ser redundante, no podemos horizontalizar o verticalizar la fuerza en cualquier medida arbitraria, sino únicamente dentro de unos límites muy estrechos que por su complejidad no vamos a tratar aquí (además de que tampoco sería demasiado relevante).
Es más, si pudiéramos elegir, sin duda elegiríamos que las fuerzas ejercidas fueran exclusivamente verticales. ¡Eso sería lo ideal! No nos frenaríamos y, por tanto, no nos haría falta acelerar. Las fuerzas verticales cumplirían la función de evitar la caída del centro de masas del corredor. Lamentablemente la variación de la posición relativa del centro de masas respecto al punto de apoyo hace que la dirección de la línea de fuerza de reacción del suelo contra el corredor sea variable y sólo en un instante -aquel en que la vertical del centro de masas cruza el punto de apoyo- esa línea de fuerza tenderá a ser vertical. El resto del tiempo de apoyo habrá fuerzas horizontales, de frenado en primer término y posteriormente de aceleración.
De modo que todos aquellos escritos donde se alerta contra el excesivo impulso vertical, en realidad no están siendo rigurosos. No están comprendiendo lo que ocurre en términos mecánicos durante la carrera a pie. Cuando nos parece que un corredor corre mal por hacerlo "a saltos", lo más probable es que reciba del suelo excesivas fuerzas de frenado y que luego sea necesario un mayor impulso para volver a acelerar. Como toda fuerza horizontal viene acompañada siempre de una fuerza aún mayor en dirección vertical, el exceso de impulso horizontal (demasiado frenado, demasiada pérdida de velocidad y excesiva caída del centro de masas) deberá ser compensado un exceso de impulso con sus ineludibles componentes vertical y horizontal (es decir, excesivo ascenso del centro de masas). De ahí que digamos que corre a saltos. Pero correr a saltos no es que sea malo porque sea consecuencia de un exceso de impulso vertical, sino por una excesiva duración de la fase de apoyo. Cuanto más dura la fase de apoyo, más horizontal es el impulso en relación al impulso vertical. Es decir, ocurre todo lo contrario de lo que la intuición a algunos les dice.
Casi siempre se alerta sin demasiado fundamento contra el síntoma del error técnico y no contra el error técnico en sí. Se alerta contra la excesiva oscilación vertical, cuando debería alertarse contra un aterrizaje donde el centro de masas queda demasiado por detrás del punto de apoyo, dando lugar a una excesiva pérdida de velocidad durante el apoyo. Pero no se plantea, por ejemplo, que una oscilación vertical demasiado pequeña a una velocidad media o baja, puede ser síntoma de otros defectos técnicos igualmente indeseables.
intro

lunes, 31 de agosto de 2015
miércoles, 10 de junio de 2015
Ciencia y entrenamiento.
A nadie se le escapa que en las últimas décadas ha habido una creciente incidencia en el ámbito del deporte de los profesionales procedentes de ciencia . Antes de analizar esta cuestión, conviene poner de manifiesto que término ciencia es tanto vago como ambiguo. Ante todo porque solemos clasificar como ciencia tanto la física y la química, como la fisiología y la ingeniería. No obstante, si somos más rigurosos a la hora de delimitar el ámbito de la ciencia, llegaremos a la conclusión de que ciencias son únicamente la matemática, la física y la química. Fisiología e ingenierías (se podría incluir entre éstas la biomecánica) no son ciencias, sino disciplinas con un sustrato científico considerable. Si pensamos en la geología o en la meteorología, no estamos ante ciencias, sino ante disciplinas que hacen un uso considerable del estado de conocimientos de las ciencias mencionadas, especialmente la física.
El prestigio de que goza la labor científica ha dado lugar a que todos los practicantes de una disciplina estén encantados de decir que su disciplina es una ciencia. De esa confusión, a mi juicio hay que huir si no queremos entrar en polémicas estériles.
A partir de la década de 1970 la labor de médicos, fisiólogos e ingenieros en el deporte fue aumentando considerablemente. Transcurridos 40 años, parece razonable valorar cuál es la incidencia de las disciplinas con sólida base científica en el deporte.
Mi conclusión es la siguiente: que la fisiología y la biomecánica han contribuido en escasa medida a hacer evolucionar los sistemas de entrenamiento. El entrenamiento lo han inventado los atletas y entrenadores por ensayo y error. La misión de médicos, fisiólogos, especialistas en mecánica del ejercicio no es revolucionar los métodos de entrenamiento, sino explicar por qué los métodos experimentados hasta el momento funcionan. Al tener la explicación de por qué un entrenamiento funciona, podemos realizarlo con más confianza. Del mismo modo que un matemático trabaja con más confianza aplicando un teorema demostrado rigurosamente, que aplicando una conjetura que sólo intuye que es demostrable, pero que todavía no ha sido demostrada por nadie.
Aun así, se pueden esgrimir algunos argumentos de por qué la ciencia está todavía muy lejos de decirnos qué entrenamiento es provechoso y cuál no lo es. Lo cierto es que los estudios experimentales donde se evalúa la eficacia de un determinado tipo de entrenamiento (p. ejemplo, entrenamiento de fuerza, las cuestas, el entrenamiento en altitud o los intervalos extensivos) lo hacen tratando de aislar ese entrenamiento del resto de los entrenamientos. Para un físico o químico experimental, aislar aquello que se quiere examinar es el único modo de ver qué incidencia tiene.
Ahora bien, en el entrenamiento sabemos que el método experimental tradicional no funciona igual de bien; las tareas en que consisten los entrenamientos son de diversa índole y que las adaptaciones que producen no son independientes de las tareas realizadas en los días previos y posteriores. Un entrenamiento rara vez produce una misma adaptación realizada de forma aislada o realizada conjuntamente con otros tipos de entrenamiento. Por desgracia, saber cómo las diversas tareas de entrenamiento inciden en el organismo es imposible de determinar con estudios experimentales al uso en que se deben aislar los parámetros analizados.
El único experimento válido cuando se trata de evaluar un conjunto de tareas de entrenamiento, es observar cómo el atleta ejecuta el entrenamiento y ver cómo compite a resultas de esos entrenamientos. Esta evaluación debe ser global, ya que como se ha explicado es imposible hacerlo elemento por elemento. Por tanto, la intuición aquí sustituye al método experimental clásico.
El atletismo no es medicina, no es fisiología, no es biomecánica, sino algo mucho más heterogéneo y que tampoco es la suma de estas disciplinas. Para ser buen entrenador uno ha de tener capacidad de observación, detectar los aspectos relevantes, captar correlaciones de modo intuitivo cuando las variables no se pueden aislar como en los clásicos estudios experimentales. Esto es sólo posible si el entrenador compite o ha competido en la disciplina que entrena. Pero no sólo eso. La responsabilidad de que el entrenamiento conduzca a resultados satisfactorios también depende del sentido común del atleta, de su equilibrio emocional tanto en el entrenamiento como en la competición y de un factor que a la mayoría de los profesionales no les gusta incidir que incide y mucho: la suerte.
El físico experimental es el que diseña de la mejor forma posible los experimentos cuyos resultados refutarían una teoría científica a priori muy improbable a menos que ésta fuera verdadera. El físico teórico expresa teorías que arrojan conclusiones a priori improbables que pueden ser contrastadas mediante experimentos tendentes a refutarlas.
En el ámbito del deporte, los médicos, fisiólogos y especialistas en biomecánica actúan a modo de científicos teóricos, pero el mejor científico experimental aquí es el entrenador. Cada entrenamiento y competición son a la vez un experimento y una labor de entrenamiento. Aquí el experimento incide en los resultados. No podemos saber cómo un atleta va a reaccionar al entrenamiento si no es entrenando. No podemos programar simuladores que hagan esa labor experimental.
Por suerte los científicos se han ido dando cuenta de que ellos no son los mejor cualificados cuando el experimento a evaluar es el entrenamiento. Sólo cuando el experimento se ha de hacer en laboratorio y con parámetros que pueden aislarse, los científicos experimentales son los más aptos. Lo que ocurre es que en el entrenamiento deportivo rara vez es eficaz aislar un parámetro, porque como se ha dicho, todos actúan conjuntamente e inciden mutuamente en tantas direcciones que es imposible que un científico pueda dar cuenta de todo lo que está sucediendo.
El único modo de observar el estado de un atleta es asignarle una tarea de entrenamiento. A su vez, esa tarea incide en las siguientes tareas a realizar y a su vez se ve afectada por las tareas realizadas los días anteriores. Para observar al atleta hay que entrenarlo, pero si lo entrenamos ya no es el mismo atleta que ayer. Es como cuando un entrenador hace un test para decidir ritmos de entrenamiento. Además de que el test nunca es del todo fiable, lo más probable es que cuando el corredor lleve 2 semanas entrenando los resultados de los test queden desfasados, porque el estado de forma ha mejorado. Como se puede ver, entrenar aparentemente es más sencillo, pero tiene muchos más matices que las ciencias. Éstas son a simple vista más complejas, pero trabajan con pocas magnitudes: espacio, tiempo y masa. Las demás magnitudes son combinaciones de estas tres. En el entrenamiento deportivo se tienen en cuenta muchos más parámetros, pero no hay fórmulas para determinar cómo dichos parámetros interactúan.
El prestigio de que goza la labor científica ha dado lugar a que todos los practicantes de una disciplina estén encantados de decir que su disciplina es una ciencia. De esa confusión, a mi juicio hay que huir si no queremos entrar en polémicas estériles.
A partir de la década de 1970 la labor de médicos, fisiólogos e ingenieros en el deporte fue aumentando considerablemente. Transcurridos 40 años, parece razonable valorar cuál es la incidencia de las disciplinas con sólida base científica en el deporte.
Mi conclusión es la siguiente: que la fisiología y la biomecánica han contribuido en escasa medida a hacer evolucionar los sistemas de entrenamiento. El entrenamiento lo han inventado los atletas y entrenadores por ensayo y error. La misión de médicos, fisiólogos, especialistas en mecánica del ejercicio no es revolucionar los métodos de entrenamiento, sino explicar por qué los métodos experimentados hasta el momento funcionan. Al tener la explicación de por qué un entrenamiento funciona, podemos realizarlo con más confianza. Del mismo modo que un matemático trabaja con más confianza aplicando un teorema demostrado rigurosamente, que aplicando una conjetura que sólo intuye que es demostrable, pero que todavía no ha sido demostrada por nadie.
Aun así, se pueden esgrimir algunos argumentos de por qué la ciencia está todavía muy lejos de decirnos qué entrenamiento es provechoso y cuál no lo es. Lo cierto es que los estudios experimentales donde se evalúa la eficacia de un determinado tipo de entrenamiento (p. ejemplo, entrenamiento de fuerza, las cuestas, el entrenamiento en altitud o los intervalos extensivos) lo hacen tratando de aislar ese entrenamiento del resto de los entrenamientos. Para un físico o químico experimental, aislar aquello que se quiere examinar es el único modo de ver qué incidencia tiene.
Ahora bien, en el entrenamiento sabemos que el método experimental tradicional no funciona igual de bien; las tareas en que consisten los entrenamientos son de diversa índole y que las adaptaciones que producen no son independientes de las tareas realizadas en los días previos y posteriores. Un entrenamiento rara vez produce una misma adaptación realizada de forma aislada o realizada conjuntamente con otros tipos de entrenamiento. Por desgracia, saber cómo las diversas tareas de entrenamiento inciden en el organismo es imposible de determinar con estudios experimentales al uso en que se deben aislar los parámetros analizados.
El único experimento válido cuando se trata de evaluar un conjunto de tareas de entrenamiento, es observar cómo el atleta ejecuta el entrenamiento y ver cómo compite a resultas de esos entrenamientos. Esta evaluación debe ser global, ya que como se ha explicado es imposible hacerlo elemento por elemento. Por tanto, la intuición aquí sustituye al método experimental clásico.
El atletismo no es medicina, no es fisiología, no es biomecánica, sino algo mucho más heterogéneo y que tampoco es la suma de estas disciplinas. Para ser buen entrenador uno ha de tener capacidad de observación, detectar los aspectos relevantes, captar correlaciones de modo intuitivo cuando las variables no se pueden aislar como en los clásicos estudios experimentales. Esto es sólo posible si el entrenador compite o ha competido en la disciplina que entrena. Pero no sólo eso. La responsabilidad de que el entrenamiento conduzca a resultados satisfactorios también depende del sentido común del atleta, de su equilibrio emocional tanto en el entrenamiento como en la competición y de un factor que a la mayoría de los profesionales no les gusta incidir que incide y mucho: la suerte.
El físico experimental es el que diseña de la mejor forma posible los experimentos cuyos resultados refutarían una teoría científica a priori muy improbable a menos que ésta fuera verdadera. El físico teórico expresa teorías que arrojan conclusiones a priori improbables que pueden ser contrastadas mediante experimentos tendentes a refutarlas.
En el ámbito del deporte, los médicos, fisiólogos y especialistas en biomecánica actúan a modo de científicos teóricos, pero el mejor científico experimental aquí es el entrenador. Cada entrenamiento y competición son a la vez un experimento y una labor de entrenamiento. Aquí el experimento incide en los resultados. No podemos saber cómo un atleta va a reaccionar al entrenamiento si no es entrenando. No podemos programar simuladores que hagan esa labor experimental.
Por suerte los científicos se han ido dando cuenta de que ellos no son los mejor cualificados cuando el experimento a evaluar es el entrenamiento. Sólo cuando el experimento se ha de hacer en laboratorio y con parámetros que pueden aislarse, los científicos experimentales son los más aptos. Lo que ocurre es que en el entrenamiento deportivo rara vez es eficaz aislar un parámetro, porque como se ha dicho, todos actúan conjuntamente e inciden mutuamente en tantas direcciones que es imposible que un científico pueda dar cuenta de todo lo que está sucediendo.
El único modo de observar el estado de un atleta es asignarle una tarea de entrenamiento. A su vez, esa tarea incide en las siguientes tareas a realizar y a su vez se ve afectada por las tareas realizadas los días anteriores. Para observar al atleta hay que entrenarlo, pero si lo entrenamos ya no es el mismo atleta que ayer. Es como cuando un entrenador hace un test para decidir ritmos de entrenamiento. Además de que el test nunca es del todo fiable, lo más probable es que cuando el corredor lleve 2 semanas entrenando los resultados de los test queden desfasados, porque el estado de forma ha mejorado. Como se puede ver, entrenar aparentemente es más sencillo, pero tiene muchos más matices que las ciencias. Éstas son a simple vista más complejas, pero trabajan con pocas magnitudes: espacio, tiempo y masa. Las demás magnitudes son combinaciones de estas tres. En el entrenamiento deportivo se tienen en cuenta muchos más parámetros, pero no hay fórmulas para determinar cómo dichos parámetros interactúan.
viernes, 10 de abril de 2015
Entrenar músculos o entrenar movimientos: un falso dilema.
Es habitual encontrarse en la literatura del entrenamiento de la fuerza la dicotomía entre músculos y movimientos como objeto del entrenamiento. Esta dicotomía es aparente, porque cuando entrenamos es obvio que se entrenan músculos pero al ejecutar un ejercicio se piensa en movimientos o posiciones del cuerpo en contacto con un elemento externo, como puede ser el suelo, una pared o una barra con pesos o una mancuerna.
Lo cierto es que no podemos decidir realizar una flexión de rodilla y que se contraigan sólo el semimembranoso y la cabeza corta del biceps femoral, mientras que la cabeza larga de éste, el poplíteo, el gastrocnemio y el semitendinoso permanecen pasivos. Normalmente cuando decidimos ejecutar un sencillo movimiento, se suelen activar en cierta medida todos los músculos que contribuyen al mismo, aunque es cierto que unos músculos al ser más específicos lo harán en mayor medida. Por ejemplo, en una flexión pura de rodilla probablemente tenga más incidencia la cabeza corta del bíceps femoral, por ser un músculo monoarticular flexor de rodilla, mientras que los otros músculos mencionados también se tensarán, aunque en menor medida. Hay que tener en cuenta que semitendinoso y semimembranoso, así como el poplíteo, son rotadores internos de rodilla, mientras que los bíceps femoral (BF)son rotadores externos de rodilla que en cierta medida neutralizan la rotación interna provocada por los anteriores. Asimismo hay que tener en cuenta que los isquiotibiales, salvo la cabeza corta del BF, son extensores adductores de cadera, de modo que cuando se realiza una flexión pura de rodilla mediante estos músculos hay que neutralizar dichas acciones, bien con una carga externa o bien mediante una acción antagonista de flexores de cadera o músculos con misión abductora. Por otra parte, el gastocnemio es flexor de rodilla en mayor medida cuando la rodilla está bastante flexionada, pero sobre todo es flexor plantar. Para que sea eficaz como flexor de rodilla conviene acortarlo mediante una dorsiflexión de tobillo. Todo esto por no mencionar el papel de los isquitibiales como ligamentos estabilizadores de la rodilla evitando una abducción o adducción de estas, reforzando la acción de los ligamentos laterales de rodilla.
Cuando hablamos de entrenar músculos o movimientos, en realidad estamos ante dos caras de la misma moneda: la moneda es el entrenamiento. Las dos caras son: el objeto de entrenamiento -los músculos- y la tarea en que consiste el entrenamiento -movimientos y/o posiciones-. Para hablar con rigor habría que decir: entrenar músculos mediante posiciones o movimientos.
Podemos decir, además, que nuestro cuerpo opera en diversos escalones de conciencia. En el escalón más bajo se encontraría la inervación de nuestros músculos, mientras que en el escalón más elevado estaría nuestra visualización de un ejercicio, tanto cuando lo realizamos como cuando nos imaginamos realizándolo. Cuando aplicamos electroestimulación estamos incidiendo sobre los músculos a través de corrientes eléctricas, supliendo la acción de los nervios. En cambio, cuando realizamos un ejercicio previamente explicado y previsualizado, el cerebro realiza una serie de operaciones complejas que desembocan en un mensaje motor dirigido hacia ciertos músculos que son los que, hasta el momento, nuestro sistema nervioso ha considerado como más aconsejables para efectuar el ejercicio. Naturalmente esto es un cálculo inicial. La práctica del gesto corrige este programa inicial, haciéndonos cada vez más eficientes. Del mismo modo, el sistema propioceptivo refuerza la eficacia de la programación motora, la intensifica o la suaviza, según las necesidades, como lo puede hacer respectivamente, una dirección asistida o un ABS.
Lo cierto es que no podemos decidir realizar una flexión de rodilla y que se contraigan sólo el semimembranoso y la cabeza corta del biceps femoral, mientras que la cabeza larga de éste, el poplíteo, el gastrocnemio y el semitendinoso permanecen pasivos. Normalmente cuando decidimos ejecutar un sencillo movimiento, se suelen activar en cierta medida todos los músculos que contribuyen al mismo, aunque es cierto que unos músculos al ser más específicos lo harán en mayor medida. Por ejemplo, en una flexión pura de rodilla probablemente tenga más incidencia la cabeza corta del bíceps femoral, por ser un músculo monoarticular flexor de rodilla, mientras que los otros músculos mencionados también se tensarán, aunque en menor medida. Hay que tener en cuenta que semitendinoso y semimembranoso, así como el poplíteo, son rotadores internos de rodilla, mientras que los bíceps femoral (BF)son rotadores externos de rodilla que en cierta medida neutralizan la rotación interna provocada por los anteriores. Asimismo hay que tener en cuenta que los isquiotibiales, salvo la cabeza corta del BF, son extensores adductores de cadera, de modo que cuando se realiza una flexión pura de rodilla mediante estos músculos hay que neutralizar dichas acciones, bien con una carga externa o bien mediante una acción antagonista de flexores de cadera o músculos con misión abductora. Por otra parte, el gastocnemio es flexor de rodilla en mayor medida cuando la rodilla está bastante flexionada, pero sobre todo es flexor plantar. Para que sea eficaz como flexor de rodilla conviene acortarlo mediante una dorsiflexión de tobillo. Todo esto por no mencionar el papel de los isquitibiales como ligamentos estabilizadores de la rodilla evitando una abducción o adducción de estas, reforzando la acción de los ligamentos laterales de rodilla.
Cuando hablamos de entrenar músculos o movimientos, en realidad estamos ante dos caras de la misma moneda: la moneda es el entrenamiento. Las dos caras son: el objeto de entrenamiento -los músculos- y la tarea en que consiste el entrenamiento -movimientos y/o posiciones-. Para hablar con rigor habría que decir: entrenar músculos mediante posiciones o movimientos.
Podemos decir, además, que nuestro cuerpo opera en diversos escalones de conciencia. En el escalón más bajo se encontraría la inervación de nuestros músculos, mientras que en el escalón más elevado estaría nuestra visualización de un ejercicio, tanto cuando lo realizamos como cuando nos imaginamos realizándolo. Cuando aplicamos electroestimulación estamos incidiendo sobre los músculos a través de corrientes eléctricas, supliendo la acción de los nervios. En cambio, cuando realizamos un ejercicio previamente explicado y previsualizado, el cerebro realiza una serie de operaciones complejas que desembocan en un mensaje motor dirigido hacia ciertos músculos que son los que, hasta el momento, nuestro sistema nervioso ha considerado como más aconsejables para efectuar el ejercicio. Naturalmente esto es un cálculo inicial. La práctica del gesto corrige este programa inicial, haciéndonos cada vez más eficientes. Del mismo modo, el sistema propioceptivo refuerza la eficacia de la programación motora, la intensifica o la suaviza, según las necesidades, como lo puede hacer respectivamente, una dirección asistida o un ABS.
lunes, 2 de febrero de 2015
Que un nutriente no sea esencial no implica que no deba tomarse o que sea insano tormarlo.
Hace no mucho escribí un par de artículos en los que se hacía referencia a las dietas cetogénicas. Si bien admitía que estas dietas podrían ser muy eficaces en problemas tales como la diabetes tipo 2 (provocada por la resistencia a la insulina) o el cáncer (dado que las células malignas se alimentan de glucosa), los argumentos que sus defensores ofrecen para postularla como dieta adecuada para la población en general son a menudo falaces.
Una falacia muy en boca de defensores de la dieta cetogénica es la de que no deben tomarse hidratos de carbono porque éstos no contienen ningún nutriente esencial, ya que la glucosa puede sintetizarla nuestro propio organismo. Es cierto que la glucosa no es un nutriente esencial. Tampoco lo son las grasas saturadas y monoinsaturadas y sin embargo muchos defensores de las dietas cetogénicas recomiendan un consumo elevado de éstas. Lo mismo sucede con el colesterol, un lípido que nuestro cuerpo es capaz de sintetizar. Aunque el colesterol no es esencial, muchos defensores de dietas cetogénicas recomiendan su consumo.
¿Por qué estos autores recomiendan ingerir lípidos no esenciales a la vez que recomiendan también recortar el consumo de ácidos grasos omega 6 ( por su aspecto pro-inflamatorio, cosa que es razonable, aunque no olvidemos que el omega 6 es esencial) y, en cambio, cuando se trata de los hidratos, afirman que no hay que consumirlos porque no son esenciales y son muy escasos en la naturaleza virgen? En mi opinión los hidratos no son escasos, sólo que la mayoría de ellos -los almidones- hay que triturarlos o cocinarlos, para lo cual se requieren tecnologías de las que los hombres más primitivos no disponían. Pero esto último sigue sin ser un argumento contra los hidratos de carbono. Del mismo modo, la tesis de la insulina, que postulan muchos autores defensores de las dietas cetogénicas, ha resultado ser falsa, puesto que muchos alimentos proteicos -la leche, el suero de leche, el queso- desencadenan grandes secreciones de insulina, incluso más que los carbohidratos. Sin embargo, los defensores de las dietas cetogénicas parecen ignorar que muchas proteinas son insulinotrópicas. O al menos les gustaría ignorar ese dato, por más que esté ya en el tapete y que los hechos sean tozudos.
Una vez que sabemos que un alimento no tiene por qué ser malo por no ser esencial y que sabemos que la tesis de que la insulina no es la responsable más directa de la obesidad, sino una mera cooperadora (en relación con la obesidad, la insulina es condición necesaria pero no suficiente), queda por investigar el papel que deben tener los carbohidratos en la dieta. Sabemos que las dietas donde se toman carbohidratos y grasas en similares proporciones suelen engordar. Sabemos que las dietas con abundancia de proteínas y grasas favorece la pérdida de peso, pero también provoca enorme fatiga cuando nos ejercitamos con cierta intensidad y/o realizamos una actividad mental también intensa.
Me parece a mí que hay algo en el asunto de la dieta que ningún científico ha explicado. Todavía no sabemos por qué muchos chavales de 15 años están flacos aunque tomen toneladas de Nutella y coca cola. Parece claro que hay en ellos nutrientes que no pasan al torrente sanguíneo, o de lo contrario, si estos jóvenes tuvieran la capacidad de estar quemando 3000 kcal diarias tumbados en el sofá todo el día, entonces deberían estar con sofocos del calor emitido en la oxidación, lo que no parece ser el caso. Tampoco parece saberse muy bien por qué con niveles de glucemia estables en personas sanas -es decir, los que se tienen antes de comer una comida rica en hidratos tras unas horas sin comer- las grasas ingeridas no se acumulan a nuestro tejido adiposo, y ello incluso en el caso de que las acompañemos de proteínas que desencadenen una elevada secreción de insulina. Todavía hay muchos interrogantes que resolver, pero una hipótesis que parece ser bastante prometedora: " cuando la glucemia está alta, la grasa que se come engorda más que cuando la glucemia está baja, sin que ello tenga que ver exclusivamente con la secreción de insulina". ¿Acaso hay algún mecanismo que inhibe o ralentiza la lipogénesis cuando la glucosa está en niveles basales, o bien algún mecanismo que acelera la lipogénesis cuando la glucosa en sangre está alta? Todo apunta a que sí, pero todavía no se ha detallado cuáles pueden ser estos mecanismos más allá de la tesis de la insulina, ya superada (al menos está superada la tesis de la insulina como responsable única de la obesidad; parece ser que la insulina no nos hace engordar si los niveles de glucosa en sangre no está elevada). Entonces, ¿podría tener sentido aquello que propuse en su día de hacer dos comidas al día ricas en proteinas y grasas -escasas en carbohidratos- y otras dos ricas en carbohidratos y proteínas -y escasas en grasas-? Es posible que sí, pero todavía no tenemos los datos suficientes para afirmarlo con rotundidad.
Una falacia muy en boca de defensores de la dieta cetogénica es la de que no deben tomarse hidratos de carbono porque éstos no contienen ningún nutriente esencial, ya que la glucosa puede sintetizarla nuestro propio organismo. Es cierto que la glucosa no es un nutriente esencial. Tampoco lo son las grasas saturadas y monoinsaturadas y sin embargo muchos defensores de las dietas cetogénicas recomiendan un consumo elevado de éstas. Lo mismo sucede con el colesterol, un lípido que nuestro cuerpo es capaz de sintetizar. Aunque el colesterol no es esencial, muchos defensores de dietas cetogénicas recomiendan su consumo.
¿Por qué estos autores recomiendan ingerir lípidos no esenciales a la vez que recomiendan también recortar el consumo de ácidos grasos omega 6 ( por su aspecto pro-inflamatorio, cosa que es razonable, aunque no olvidemos que el omega 6 es esencial) y, en cambio, cuando se trata de los hidratos, afirman que no hay que consumirlos porque no son esenciales y son muy escasos en la naturaleza virgen? En mi opinión los hidratos no son escasos, sólo que la mayoría de ellos -los almidones- hay que triturarlos o cocinarlos, para lo cual se requieren tecnologías de las que los hombres más primitivos no disponían. Pero esto último sigue sin ser un argumento contra los hidratos de carbono. Del mismo modo, la tesis de la insulina, que postulan muchos autores defensores de las dietas cetogénicas, ha resultado ser falsa, puesto que muchos alimentos proteicos -la leche, el suero de leche, el queso- desencadenan grandes secreciones de insulina, incluso más que los carbohidratos. Sin embargo, los defensores de las dietas cetogénicas parecen ignorar que muchas proteinas son insulinotrópicas. O al menos les gustaría ignorar ese dato, por más que esté ya en el tapete y que los hechos sean tozudos.
Una vez que sabemos que un alimento no tiene por qué ser malo por no ser esencial y que sabemos que la tesis de que la insulina no es la responsable más directa de la obesidad, sino una mera cooperadora (en relación con la obesidad, la insulina es condición necesaria pero no suficiente), queda por investigar el papel que deben tener los carbohidratos en la dieta. Sabemos que las dietas donde se toman carbohidratos y grasas en similares proporciones suelen engordar. Sabemos que las dietas con abundancia de proteínas y grasas favorece la pérdida de peso, pero también provoca enorme fatiga cuando nos ejercitamos con cierta intensidad y/o realizamos una actividad mental también intensa.
Me parece a mí que hay algo en el asunto de la dieta que ningún científico ha explicado. Todavía no sabemos por qué muchos chavales de 15 años están flacos aunque tomen toneladas de Nutella y coca cola. Parece claro que hay en ellos nutrientes que no pasan al torrente sanguíneo, o de lo contrario, si estos jóvenes tuvieran la capacidad de estar quemando 3000 kcal diarias tumbados en el sofá todo el día, entonces deberían estar con sofocos del calor emitido en la oxidación, lo que no parece ser el caso. Tampoco parece saberse muy bien por qué con niveles de glucemia estables en personas sanas -es decir, los que se tienen antes de comer una comida rica en hidratos tras unas horas sin comer- las grasas ingeridas no se acumulan a nuestro tejido adiposo, y ello incluso en el caso de que las acompañemos de proteínas que desencadenen una elevada secreción de insulina. Todavía hay muchos interrogantes que resolver, pero una hipótesis que parece ser bastante prometedora: " cuando la glucemia está alta, la grasa que se come engorda más que cuando la glucemia está baja, sin que ello tenga que ver exclusivamente con la secreción de insulina". ¿Acaso hay algún mecanismo que inhibe o ralentiza la lipogénesis cuando la glucosa está en niveles basales, o bien algún mecanismo que acelera la lipogénesis cuando la glucosa en sangre está alta? Todo apunta a que sí, pero todavía no se ha detallado cuáles pueden ser estos mecanismos más allá de la tesis de la insulina, ya superada (al menos está superada la tesis de la insulina como responsable única de la obesidad; parece ser que la insulina no nos hace engordar si los niveles de glucosa en sangre no está elevada). Entonces, ¿podría tener sentido aquello que propuse en su día de hacer dos comidas al día ricas en proteinas y grasas -escasas en carbohidratos- y otras dos ricas en carbohidratos y proteínas -y escasas en grasas-? Es posible que sí, pero todavía no tenemos los datos suficientes para afirmarlo con rotundidad.
miércoles, 28 de enero de 2015
Tecnica de carrera (II): cuidado con las apariencias.
En este artículo quiero poner especial énfasis en que una cosa son los movimientos y otra cosa son las fuerzas. La secuencia de movimientos a simple vista no siempre nos dice a las claras cuál es la dirección de la fuerza aplicada. La fuerza no siempre tiene la dirección del movimiento. En muchas ocasiones -la mayoría en el caso de la carrera a pie- la fuerza es oblicua al movimiento, o perpendicular al mismo (como las fuerzas de fricción de la zapatilla con el suelo). Por tanto, la fuerza no necesariamente tiene que ser paralela al movimiento, como nuestra mente tiende a hacernos creer.
Hace tiempo que leí un buen libro sobre la carrera a pie titulado "Running. Biomechanics and exercise phisiology applied in practice", de Frans Bosch y Ronald Klomp. Los autores son entrenadores holandeses de atletismo especializados en carreras. El libro es el más completo de los libros de atletismo que he leído -al menos en materia de técnica de . Ofrece buenas imágenes que tratan de ilustrar el análisis la mecánica en la carrera y de cómo operan los diversos músculos a lo largo de la zancada. Esta es la imagen de la portada de libro.

Sin olvidarme de sus virtudes que son muchas, he encontrado también más de una incorrección. Una de ellas me parece bastante grave y por ello no puedo dejar de ponerla de manifiesto, en tanto que puede confundir a los lectores. Se trata de la forma en que estos autores entienden la acción de los isquiotibiales en la carrera. Cito textualmente una de sus frases, que se figura en el segundo párrafo línea 7ª. Dice:
"Therefore, propulsion must take place at the beginning of the support phase. Because the posture of the body is upright and because it is necessary to exert thrust at the beginning of ground contact, an imaginary line passing through the hip and foot at the moment of thrust will form a wide angle (about 90º) with the ground. When the force exerted on the ground is directed well to the rear, a large angle is formed by a line passing from the hip to foot and the intended direction of thrust. In this situation, much is being demanded of the force-directing potential of the harmstrings. These muscles are quite well suited to this task because at the beginning of the support phase, they have a favorable lever arm with regard to the hip joint. By the end of this phase, however, this lever arm is no longer favorable. Thus speed running can also be called "running on the harmstrings".
En resumen, la activación de los isquiotibiales, según los autores, debe tener lugar desde el mismo momento de contacto con el suelo, porque en un estado más avanzado de esta fase la cadera se encontraría en extensión, el brazo de momento de los isquiotibiales con la articulación de la cadera sería menor y por tanto no es posible ejercer tanto impulso. Sin embargo, habría que objetar que los múculos isquiotibiales en la fase de impulso ya con la cadera prácticamente extendida, actúan controlando o evitando la extensión de la rodilla durante el impulso, mientras que apenas inciden sobre la articulación de la cadera.
El hecho es que los estudios electromiográficos prueban que los isquiotibiales junto con los gemelos están activos en toda la fase de apoyo. En la fase de propulsión de la zancada, la activación de los isquiotibiales y de la cabeza corta del biceps femoral actúa para la flexión de rodilla y no para la extensión de cadera. Esto sucede porque en la fase previa al despegue, la línea de fuerza de estos músculos pasa muy cerca de eje lateromedial de la articulación coxofemoral, y con ello su brazo de momento es muy corto, haciendo a estos músculos ineficaces para la extensión de cadera en dicha situación. Esto sin perjuicio del hecho de que en la fase propulsiva no se demanda una acción extensora de cadera (una cosa son movimientos -ciertamente la cadera se extiende- y otra cosa son fuerzas -no se extiende por la acción de los extensores-). Hay que añadir que los restantes extensores de cadera -entre los que destaca el glúteo mayor- reducen su activación a un mínimo en esta fase propulsiva, como se muestra en muchos estudios electromiográficos. Algunos autores se han referido expresamente a esta situación de poca actividad de los extensores como "extensor paradox". En una entrada posterior haré referencia a esta expresión entrecomillada que se traduce como paradoja de los extensores, que a mi modo de entender no es tal paradoja, sino una vez más se trata de una mala comprensión de la mecánica de la carrera.
A continuación plasmo una de las imágenes con la que los autores holandeses ilustran la cuestión comentada en la página 57 del libro.

Aquí los autores ponen de manifiesto una incompleta -por no decir incorrecta- comprensión de la mecánica del ejercicio (incluso de la mecánica en general). Es categóricamente imposible que en el momento de contacto la línea de fuerza ejercida contra el suelo pueda estar inclinada hacia atrás. Si así fuera, la fuerza reactiva del suelo se llevaría únicamente el pie hacia delante y arriba haciéndolo acelerar volando por los aires y arrastrando el cuerpo tras él, lo cual es claramente absurdo. Una línea de fuerza reactiva del suelo que no atraviese el centro de masas del corredor, daría lugar a que diera una voltereta (provocaría rotación), lo cual es también absurdo.Por otra parte, como ya dije en la entrada anterior, incluso si dicha fuerza permitiera propulsar el cuerpo hacia delante, no sería factible estar acelerando durante todo el apoyo. El apoyo se divide en una subfase de frenado (cuando el centro de masas CM queda detrás del apoyo) y otra de aceleración (cuando CM queda por delante del apoyo). Aquí parece que se omite la primera.
Si prolongamos hacia arriba la flecha de la ilustración, veremos que la línea de fuerza pasa muy por delante de cuerpo. ¿Entonces cómo iba a ser posible que la aceleración reactiva resultante incidiera sobre nuestro centro de masas? Está claro que esta línea de fuerza pasaría muy por delante de nuestro cuerpo. La línea de fuerza efectiva siempre debe cruzar el centro de masas. De lo contrario, la reactiva de la fuerza indicada en la ilustración se dirigiría hacia el aire y a lo sumo nos llevaría rotar hacia atrás sobre un eje que sería el centro de masas. Difícilmente se puede propulsar el cuerpo si la fuerza reactiva del suelo se dirige hacia delante donde sólo hay aire, como se indica con más precisión en la ilustración modificada. La reactiva del suelo se traza en rojo y la línea de fuerza se prolonga con una discontinua negra, como se ilustra a en la imagen de la izquierda bajo estas líneas (Hago notar que en las ilustracíones que aparecerán en adelante, lós vectores coloreados y líneas de fuerza que figuran en las citadas ilustraciones, han sido incoporadas por mí y no figuran en el original).

En cualquier modelo de carrera a pie, es necesario que la prolongación de la fuerza que se dirige contra el suelo y la reactiva de éste atraviese el centro de masas. Esto es así si queremos que dicha fuerza permita acelerar o frenar el cuerpo en cuestión. Si no es así, es imposible que se produzcan estos efectos, sino que lo que tendría lugar sería una fuerza rotatoria en torno al mismo centro de masas -provocaría una tendencia a dar una voltereta hacia atrás- tal como sé indica en la imagen bajo estas líneas.

En realidad, en la fase inicial de contacto hay una deceleración y la verdadera fuerza ejercida contra el suelo y su reactiva serían tal como se indica en la última imagen, en la parte inferior a la izquierda. La fuerza reactiva se marca con una flecha azul y la fuerza dirigida contra el suelo en flecha de color naranja. Naturalmente se trata de unas líneas aproximadas, ya que determinar el centro de masas con exactitud no es una tarea fácil, y tampoco dicha precisión es imprescindible para el propósito que me ocupa.

Para concluir, lo que quiero poner de manifiesto en esta entrada es que conviene ser muy cuidadoso a la hora de evaluar la mecánica de la zancada. Asimismo es conveniente prestar atención a lo que se lee ante el elevado riesgo de incorrecciones que pueden hallarse en los libros que analizan la técnica de carrera, incluso si se trata de autores prestigiosos, como es aquí el caso. En muchos aspectos, el análisis de la zancada es contraintuitivo y es fácil dejarse llevar por la apariencia inmediata e incurrir en errores de apreciación.
Hace tiempo que leí un buen libro sobre la carrera a pie titulado "Running. Biomechanics and exercise phisiology applied in practice", de Frans Bosch y Ronald Klomp. Los autores son entrenadores holandeses de atletismo especializados en carreras. El libro es el más completo de los libros de atletismo que he leído -al menos en materia de técnica de . Ofrece buenas imágenes que tratan de ilustrar el análisis la mecánica en la carrera y de cómo operan los diversos músculos a lo largo de la zancada. Esta es la imagen de la portada de libro.

Sin olvidarme de sus virtudes que son muchas, he encontrado también más de una incorrección. Una de ellas me parece bastante grave y por ello no puedo dejar de ponerla de manifiesto, en tanto que puede confundir a los lectores. Se trata de la forma en que estos autores entienden la acción de los isquiotibiales en la carrera. Cito textualmente una de sus frases, que se figura en el segundo párrafo línea 7ª. Dice:
"Therefore, propulsion must take place at the beginning of the support phase. Because the posture of the body is upright and because it is necessary to exert thrust at the beginning of ground contact, an imaginary line passing through the hip and foot at the moment of thrust will form a wide angle (about 90º) with the ground. When the force exerted on the ground is directed well to the rear, a large angle is formed by a line passing from the hip to foot and the intended direction of thrust. In this situation, much is being demanded of the force-directing potential of the harmstrings. These muscles are quite well suited to this task because at the beginning of the support phase, they have a favorable lever arm with regard to the hip joint. By the end of this phase, however, this lever arm is no longer favorable. Thus speed running can also be called "running on the harmstrings".
En resumen, la activación de los isquiotibiales, según los autores, debe tener lugar desde el mismo momento de contacto con el suelo, porque en un estado más avanzado de esta fase la cadera se encontraría en extensión, el brazo de momento de los isquiotibiales con la articulación de la cadera sería menor y por tanto no es posible ejercer tanto impulso. Sin embargo, habría que objetar que los múculos isquiotibiales en la fase de impulso ya con la cadera prácticamente extendida, actúan controlando o evitando la extensión de la rodilla durante el impulso, mientras que apenas inciden sobre la articulación de la cadera.
El hecho es que los estudios electromiográficos prueban que los isquiotibiales junto con los gemelos están activos en toda la fase de apoyo. En la fase de propulsión de la zancada, la activación de los isquiotibiales y de la cabeza corta del biceps femoral actúa para la flexión de rodilla y no para la extensión de cadera. Esto sucede porque en la fase previa al despegue, la línea de fuerza de estos músculos pasa muy cerca de eje lateromedial de la articulación coxofemoral, y con ello su brazo de momento es muy corto, haciendo a estos músculos ineficaces para la extensión de cadera en dicha situación. Esto sin perjuicio del hecho de que en la fase propulsiva no se demanda una acción extensora de cadera (una cosa son movimientos -ciertamente la cadera se extiende- y otra cosa son fuerzas -no se extiende por la acción de los extensores-). Hay que añadir que los restantes extensores de cadera -entre los que destaca el glúteo mayor- reducen su activación a un mínimo en esta fase propulsiva, como se muestra en muchos estudios electromiográficos. Algunos autores se han referido expresamente a esta situación de poca actividad de los extensores como "extensor paradox". En una entrada posterior haré referencia a esta expresión entrecomillada que se traduce como paradoja de los extensores, que a mi modo de entender no es tal paradoja, sino una vez más se trata de una mala comprensión de la mecánica de la carrera.
A continuación plasmo una de las imágenes con la que los autores holandeses ilustran la cuestión comentada en la página 57 del libro.
Aquí los autores ponen de manifiesto una incompleta -por no decir incorrecta- comprensión de la mecánica del ejercicio (incluso de la mecánica en general). Es categóricamente imposible que en el momento de contacto la línea de fuerza ejercida contra el suelo pueda estar inclinada hacia atrás. Si así fuera, la fuerza reactiva del suelo se llevaría únicamente el pie hacia delante y arriba haciéndolo acelerar volando por los aires y arrastrando el cuerpo tras él, lo cual es claramente absurdo. Una línea de fuerza reactiva del suelo que no atraviese el centro de masas del corredor, daría lugar a que diera una voltereta (provocaría rotación), lo cual es también absurdo.Por otra parte, como ya dije en la entrada anterior, incluso si dicha fuerza permitiera propulsar el cuerpo hacia delante, no sería factible estar acelerando durante todo el apoyo. El apoyo se divide en una subfase de frenado (cuando el centro de masas CM queda detrás del apoyo) y otra de aceleración (cuando CM queda por delante del apoyo). Aquí parece que se omite la primera.
Si prolongamos hacia arriba la flecha de la ilustración, veremos que la línea de fuerza pasa muy por delante de cuerpo. ¿Entonces cómo iba a ser posible que la aceleración reactiva resultante incidiera sobre nuestro centro de masas? Está claro que esta línea de fuerza pasaría muy por delante de nuestro cuerpo. La línea de fuerza efectiva siempre debe cruzar el centro de masas. De lo contrario, la reactiva de la fuerza indicada en la ilustración se dirigiría hacia el aire y a lo sumo nos llevaría rotar hacia atrás sobre un eje que sería el centro de masas. Difícilmente se puede propulsar el cuerpo si la fuerza reactiva del suelo se dirige hacia delante donde sólo hay aire, como se indica con más precisión en la ilustración modificada. La reactiva del suelo se traza en rojo y la línea de fuerza se prolonga con una discontinua negra, como se ilustra a en la imagen de la izquierda bajo estas líneas (Hago notar que en las ilustracíones que aparecerán en adelante, lós vectores coloreados y líneas de fuerza que figuran en las citadas ilustraciones, han sido incoporadas por mí y no figuran en el original).
En cualquier modelo de carrera a pie, es necesario que la prolongación de la fuerza que se dirige contra el suelo y la reactiva de éste atraviese el centro de masas. Esto es así si queremos que dicha fuerza permita acelerar o frenar el cuerpo en cuestión. Si no es así, es imposible que se produzcan estos efectos, sino que lo que tendría lugar sería una fuerza rotatoria en torno al mismo centro de masas -provocaría una tendencia a dar una voltereta hacia atrás- tal como sé indica en la imagen bajo estas líneas.

En realidad, en la fase inicial de contacto hay una deceleración y la verdadera fuerza ejercida contra el suelo y su reactiva serían tal como se indica en la última imagen, en la parte inferior a la izquierda. La fuerza reactiva se marca con una flecha azul y la fuerza dirigida contra el suelo en flecha de color naranja. Naturalmente se trata de unas líneas aproximadas, ya que determinar el centro de masas con exactitud no es una tarea fácil, y tampoco dicha precisión es imprescindible para el propósito que me ocupa.
Para concluir, lo que quiero poner de manifiesto en esta entrada es que conviene ser muy cuidadoso a la hora de evaluar la mecánica de la zancada. Asimismo es conveniente prestar atención a lo que se lee ante el elevado riesgo de incorrecciones que pueden hallarse en los libros que analizan la técnica de carrera, incluso si se trata de autores prestigiosos, como es aquí el caso. En muchos aspectos, el análisis de la zancada es contraintuitivo y es fácil dejarse llevar por la apariencia inmediata e incurrir en errores de apreciación.
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