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miércoles, 8 de octubre de 2014

La incidencia de la estructura en la programación neuromotriz.

En algún artículo de la andadura anterior del blog hablé de la importancia de la programación neuromotriz, lo que en términos muy sencillos viene a ser el modo en que nuestro cerebro tiene programados los movimientos asociados a una determinada actividad para poder realizarlos con cierto automatismo. Obviamente la propiocepción es útil, pero no suficiente para el buen desempeño de una actividad física. El sistema propioceptivo tiene como finalidad detectar la posición y la velocidad de movimiento en nuestras articulaciones. Pero para que una actividad se pueda realizar con eficacia, es también necesario una programación motriz previa que nos diga cómo deben empezar nuestros músculos a desempeñar la actividad antes de que el sistema propioceptivo dé lugar a las oportunas correcciones del movimiento, dando instrucciones a los músculos para que se contraigan.

Cambiar la programación neuromotriz no lleva horas, sino días e incluso meses, según los casos. Pero todavía cabe plantearse si en ese cambio hay otros factores no neurales que puedan entrar en juego. Me refiero aquí a la estructura. Con estructura me estoy refiriendo a aquellos tejidos del aparato locomotor que no realizan cambios a resultas de una acción voluntaria del individuo. Sólo los músculos actúan de forma voluntaria o activa. La acción ósea, ligamentosa, tendinosa y fascial es pasiva. Huesos, ligamentos, tendones y aponeurosis se resisten a la deformación ejerciendo fuerza. En ellos la fuerza nunca se genera de forma autónoma, a diferencia de lo que ocurre en el músculo. Los citados tejidos tienen una estructura que puede modificarse a resultas de estímulos externos. No obstante esas modificaciones llevan bastante tiempo, por lo que se sabe hasta el momento. Es aquí donde habría que plantearse si la estructura (o la lentitud de las adaptaciones de ésta a resultas del ejercicio) limita los progresos técnicos de un atleta.



En la imagen superior se puede observar la estructura trabecular de la cabeza y el trocánter mayor del fémur. La orientación de las trabéculas (constitutivas del tejido esponjoso del hueso) está relacionadas con las fuerzas típicas que un determinado hueso debe soportar. Un cambio técnico implica siempre un cambio de orientación de fuerzas. Sin embargo, las trabéculas no se reconfiguran a la misma velocidad a la cual vamos realizando cambios técnicos. Por tanto, puede darse un elevado riesgo de fractura cuando realizamos modificaciones técnicas en ejercicios que requieren grandes dosis de fuerza o muchas repeticiones a fuerzas más moderadas (en este último caso hablaríamos de fractura por estrés).

Los tejidos fasciales o apeneuróticos, de forma similar a lo que ocurre con las trabéculas óseas, también se adaptan al cambio de orientación de las fuerzas resultantes de cambios técnicos (intencionales o no intencionales -como los resultantes de lesiones). Reorientar una fascia, al igual que ocurre con las trabéculas, puede llevar mucho más tiempo que mejorar la capacidad contráctil, la resistencia muscular o las capacidades de transporte de oxígeno. Quizá (y esto es sólo una hipótesis) sea este hecho el que dé lugar a que el entrenamiento de varios años incide en mayor medida en la economía de carrera que en otras aptitudes. El corredor, el vallista, el lanzador de disco, tienen el cuerpo hecho a su actividad. A buen seguro, en el caso del vallista, del saltador de longitud, del discóbolo, incluso del velocista (que corre a menudo en curva) podrían observarse asimetrías en la orientación de las fascias resultantes de la propia asimetría de la actividad. Esas asimetrías no sólo no son malas, sino que son deseables. En una ponencia a la cual asistí  hace unos meses impartida por un fisioterapeuta que trabajaba con atletas españoles de alto nivel, éste dijo que en el caso de los lanzadores de disco y martillo es manifiesta la orientación lateralizada del tejido fascial abdominal. Asimismo nos decía que no veía deseable reorientar las fascias mediante tracción manual por parte del fisioterapeuta, ya que esa orientación peculiar era una adaptación deseable consistente con la asimetría de la actividad. La rotación del discóbolo puede ser en sentido horario o en sentido antihorario, y según cual sea el caso, sus tejidos tendrán una estructura u otra, pero en ambos casos serán estructuras asimétricas. En realidad, forzando un tanto los términos, podríamos decir que las estructuras miofasciales de los discóbolos son simétricas si tomamos como referencia la actividad del lanzamiento, y asimétricas si tomamos como referencia los planos anatómicos.

Sería bueno contar con la opinión de fisiólogos y fisioterapeutas acerca de lo aquí escrito. En especial sería de interés debatir en qué medida la lentitud de las adaptaciones estructurales de los tejidos mencionados es un factor limitante en los cambios técnicos que podemos esperar del entrenamiento.

1 comentario:

  1. Hola, estupendo post y reflexión. En cualquier caso siempre hay matices, o por lo menos opiniones para contrastar y cosas que aportar.
    Creo que haces una reflexión muy clara y oportuna sobre la importancia de las estructuras músculo-esqueleticas en su evolución hacia una mayor eficiencia del movimiento programado.
    El fenómeno que comentas parece que expone ¿qué será primero el huevo o la gallina? con la idea de ¿qué será primero el programa motor o la evolución músculo-esquelética?.
    Desde mi punto de vista es una cosa que se podría llamar (como se hace en biología evolutiva) co-evolución.
    Y es que, primero tenemos una estructura ósea y muscular que luego aprendemos a utilizar de forma concreta (el movimiento específico), por tanto primero es la el sistema sin ser forzado o sin ser condicionado a nada y luego empiezan a llegar órdenes de ejecución de movimiento en un sentido concreto. Lo que ocurre es que la programación motriz también lleva su tiempo, como muy bien expresas, por tanto desde el mismo momento en que el programa motor se inicia en parendizaje (no en consolidación) estaremos actuando sobre la estructura músculo-esquelética. Es decir, en ambos sistemas el estímulo de movimiento específico lleva a generar cambios que promuevan una mayor eficiencia en ambos sistemas.
    Sin dudas, nos encontramos ante un fenómeno complejo, de ida y vuelta. Es decir, necesitamos aprender un movimiento concreto, y para ello iniciamos el cambio del programa motor, que resulta en incidir sobre las características mecánicas de músculos y esqueleto. Como resultado, la respuesta biológica de músculo y esqueleto es iniciar cambios que mejoren la ejecución mecánica (redirección de fibras y paquetes musculares así como de las trabéculas óseas). Pero una vez redireccionado todo, mediante la información propioceptiva (como bien has aputando, como acostumbras) se ha ido actualizando el software del programa motor finalizando por tanto de nuevo en el programa como un refinamiento completo del proceso.
Al final del proceso para que la eficiencia sea máxima, lo que se ha obtenido es una co-evolución de sistema nervioso motriz (aprendiz y programador final del movimiento concreto) con el sistema músculo-esquelético con propiedades mecánica que optimizan la ejecución de la orden.
    Sobre tu cuestión final, esa lentitud de las adaptaciones estructurales (y no te quepa duda que también son orgánicas y neuronales) son todas limitantes. Todas. Aunque me atrevería a decir, por mi sesgo en el abordaje de estos problemas, que la más importante es justo el programador del movimiento, que debe estar en continua actualización.

    Saludos
    Juan R

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