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sábado, 6 de diciembre de 2014

La psicología del corredor

Del mismo modo que hay publicaciones sobre entrenamiento del corredor, las hay también de la psicolología, aunque en este último caso los libros se refieren a la mente del deportista, no sólo del corredor. Esto es razonable, puesto que no hay diferencias esenciales entre la psicología del corredor y la de cualquier otro deportista de competición.

Pero me gustaría dar un paso más en este asunto y afirmar que tampoco debería haber diferencia entre la psicología del deportista de competición y la psicología del individuo en general, sea deportista o no. Con ello quiero decir que no creo que deban adoptarse estrategias de entrenamiento mental específicas para el corredor, distintas de las que debería adoptar un empresario ante una tensa reunión de negocios o de un profesor con miedo escénico antes de ofrecer su primera clase en una materia.

El enemigo del corredor y de cualquier individuo es el miedo. Siempre que un corredor compite mal y no encuentra ninguna causa orgánica -fiebre, molestias, lesiones- probablemente haya sucedido que el miedo ha entrado en escena. El miedo es lo que hace a un futbolista fallar un penalti, a un tenista fallar un segundo servicio o cometer un error no forzado, a un maratoniano desfallecer de una manera estrepitosa ante un ataque del rival. Cuando un ciclista o un maratoniano ven que sus rivales se les escapan contra sus expectativas, se produce a menudo un cortocircuito mental. Esto sucede con mucha claridad a los ciclistas en el las etapas de montaña o contrarreloj. Cuando uno de los favoritos se ve descolgado, no sólo pierde terreno y minutos porque el estado de forma del rival sea mejor -cosa que por supuesto ocurre- sino porque el miedo entra en escena, se empieza a visualizar la derrota como si se tratara de un funeral. Y en lugar de perder un minuto como sucedería si asumiéramos la derrota con cierta resignación, un ciclista con altas expectativas puede perder 4 o 5 minutos en una escalada. En atletismo sucede igual. También en nuestro trabajo y en nuestra vida cotidiana.

A menudo se oye decir: "este atleta sabe sufrir" o "este otro no sabe sufrir". En mi experiencia, he visto que los atletas más sufrientes eran justamente aquellos de los que se dice que no saben sufrir. Sufren mucho más que aquellos que saben sufrir. El buen competidor gana a menudo porque no deja que el sufrimiento físico provoque dudas y temores en su mente. Me parece un error glorificar el sufrimiento, un error que no contribuye en nada a mejorar el rendimiento. Probablemente cuando mejor competimos es en aquellas carreras en las que el sufrimiento psicológico no hace acto de presencia por más que las piernas duelan.

A menudo he visto como atletas extrovertidos, desenfadados, a menudo un tanto indisciplinados, compiten mejor que los atletas introvertidos, autoexigentes y muy disciplinados. Con ello no quiero decir que la disciplina sea algo negativo. Nada de eso. Lo que quiero decir es que la disciplina debe provenir de la pasión por lo que se hace. Los mejores atletas, como Gebreselasie, son atletas muy disciplinados no porque se impongan el entrenamiento como un castigo, sino por la pasión que sienten por lo que hacen.

Cuando un atleta sienta el miedo, la duda, el temor psicológico, antes que decirse a sí mismo "es hora de sufrir cuanto más mejor" debería recordarse que practica ese deporte porque quiere, porque le gusta, porque le apasiona y aceptar con resignación los días en que nuestros rivales son mejores que nosotros. Esta sana resignación es lo que se suele llamar humildad. A mi entender, la humildad no significa no tenerse en alta estima, sino asumir los hechos como son en el día en que suceden.

En definitiva y a mi juicio, una mentalidad hedonista por parte del corredor hace mucho más beneficio a éste que una mentalidad basada en la autoexigencia.

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